El vino pasa por dos procesos de envejecimiento: en barrica y en botella. De este modo, la última fase en el proceso de elaboración del producto es su maduración una vez embotellado. En este punto final, la bebida terminará de desarrollarse y ganará en complejidad y matices.
Se trata de una etapa muy importante, ya que, si las condiciones no son óptimas, se puede echar a perder todo el trabajo que se ha realizado anteriormente, el envejecimiento en barrica, las fermentaciones, la selección y vendimia de las uvas… todo habrá sido en vano.
Por este motivo, no solo es importante la supervisión del proceso como tal. También hay que prestar atención a los materiales utilizados: vidrio y corcho tienen que ser de alta calidad. De otro modo, el vino puede sufrir inconvenientes como la llamada enfermedad de la botella o reducción, un proceso por el que la bebida desarrolla malos olores debido a la falta de oxigenación.
El corcho debe ser lo suficientemente poroso como para que el vino no deje de estar en contacto con el oxígeno, pero, al mismo tiempo, ha de protegerlo para que no se oxide. El término medio solo se consigue recurriendo a fabricantes de calidad, como es el caso de los proveedores de Bodegas Raíz de Guzmán.
La maduración en botella es el único periodo en el que el enólogo ya no puede comprobar en qué estado se encuentra el vino. El experto debe controlar cada detalle de las fases anteriores y, en base a sus conocimientos, decidir cuál es el momento óptimo para el embotellado.
Para ello, no solo debe pensar en cómo se encuentra la bebida en un momento determinado, también debe tener en cuenta cómo va a ser su evolución en botella. Así, el enólogo ha de prever de qué manera se va a comportar el vino una vez embotellado y tomar sus decisiones en base a lo que esté buscando sin perder de vista sus previsiones.

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