Cuando se habla de sabores y sensaciones, entra en juego la subjetividad de cada persona. Un buen vino es aquel que cumple los requisitos que consideramos adecuados, los cuales dependen en gran medida de la experiencia, gustos y expectativas de la persona que lo consume. Te hablamos de cinco formas de reconocer un buen vino sin ser experto.
Hoy en día existen pocos vinos que puedan catalogarse como malos. Los avances en tecnología, las mejoras de producción y elaboración permiten desarrollar productos de calidad en mayor o menor medida.
Sin embargo, si lo que queremos es acertar con la elección de cara a una reunión importante o simplemente disfrutar de una experiencia plena de maridaje, existen algunas reglas compartidas por entendidos en la materia que permiten determinar la calidad final de un vino.
Un buen vino debe tener…
Equilibrio
El equilibrio en fase gustativa es la relación que mantienen cuatro de sus elementos esenciales: dulzor de la fruta, acidez, concentración de taninos y nivel de alcohol. Todos ellos deben estar en constante armonía, es decir, ninguno debe destacar sobre otro excesivamente.
Nuestro Raíz 9 Meses cumple la regla. Fresco y sedoso, con un tanino pulido, dulce e integrado y de sabor ahumado que marida tanto con aperitivos como pescados o carnes.
Longitud y profundidad
Otra de las características que definen a un buen vino es la longitud. Un vino largo es aquel que consigue plasmar todo su sabor en la cavidad bucal después de haberlo tragado, tanto en tiempo como en intensidad.
La profundidad está estrechamente relacionada con el equilibrio. El vino ideal no es plano en boca, tiene capas subterráneas de sabor y en él los cuatro elementos anteriores (acidez, dulzor, taninos y alcohol) además de actuar en armonía, son fácilmente reconocibles.
El máximo estandarte en este sentido dentro de Bodegas Raíz de Guzmán es nuestro Raíz Profunda, un vino de autor de sabores carnosos y estructurados y con una largura infinita.
Aromas característicos
El olfato es el órgano de los sentidos más importante a la hora de determinar la calidad final del vino, ya que el mayor número de sensaciones proceden antes de la etapa en nariz que de la fase gustativa.
Aunque la percepción de los aromas de un tinto también es subjetiva, podemos dividirlos en tres grandes grupos:
- Primarios: son aquellos directamente relacionados con la materia prima (la uva y el terreno en el que se ha cultivado). Los aromas frutales, minerales y vegetales de un vino se consideran primarios.
- Secundarios: este tipo de aromas provienen de las fases fermentativas del vino (alcohólica y maloláctica). Son aromas dulces, amílicos y lácticos.
- Terciarios: se producen por el tipo de crianza y la maduración del vino, en barrica o botella. Algunos ejemplos son aromas tostados, vainilla, café, cuero… Son los aromas más complejos.
En este sentido, los signos más evidentes de un vino con defectos que no se encuentra en las condiciones adecuadas para ser consumido es la presencia de aromas a vinagre, corcho, huevo podrido, azufre o humedad, entre otros.
Color
La observación, también llamada fase visual, es el primer movimiento que hacemos a la hora de valorar un vino. Sirve para determinar, entre otras cosas, el color, aspecto que proporciona gran información sobre el estado en el que se encuentra, su edad o su nivel de envejecimiento.
En el caso de los tintos, el color debe ser cristalino y brillante, que permita ver a través de la copa si la ponemos a trasluz. La tonalidad dependerá de:
- La variedad de la uva utilizada.
- El proceso de elaboración.
- La zona de producción.
- El clima.
Si nos centramos en los vinos Raíz de Guzmán, elaborados con uva 100% tempranillo, estaremos ante vinos color rojo cereza, limpios y brillantes, como es el caso de nuestro Raíz de Guzmán Reserva o Raíz de Guzmán Crianza.
Cuerpo
Esta característica tiene que ver con la densidad y consistencia del vino. El cuerpo lo constituyen los taninos y los polifenoles, la glicerina, el tipo de crianza o el método de elaboración.
Estas peculiaridades hacen posible que el líquido otorgue la sensación de tener carácter sólido. Habitualmente, los vinos con cuerpo suelen tener altos niveles de azúcar y bajos niveles de acidez.
Es importante dejar claro que aunque el vino tenga cuerpo no significa que sea mejor, también debe demostrar buena estructura y equilibrio. Un vino con cuerpo pero desequilibrado, podría resultar excesivamente astringente y demasiado intenso al probarlo.
De cualquier modo, hay que tener en cuenta que cada vino es consecuencia de lo que su enólogo quiera plasmar en él. Hay vinos jóvenes de los que no cabe esperar que tengan mucho cuerpo, es más, se busca que sean suaves, ligeros y fáciles de beber.
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